Las leyendas, y al igual que otro tipo de narraciones
literarias como las fábulas, son escritos muy antiguos que se han transmitido
durante siglos de generación en generación. Pero los mitos, generalmente, no
consisten en lecciones o recomendaciones a seguir para la vida, como pueda ser
el caso de las fábulas, sino que nos informan sobre personajes históricos,
lugares de interés o seres mitológicos. Las leyendas o mitos cortos, en
consecuencia, existen en todo el mundo, y de este modo podemos encontrar
leyendas para niños tanto mexicanas, chilenas, griegas, ecuatorianas, etcétera.
Otorgando la importancia que merece este tipo de narración legendaria e
histórica.
BENEFICIO DE LAS LEYENDAS EN LOS NIÑOS
Las leyendas promueven la escucha activa, estimulan la imaginación de los niños
y sirven como ejemplo para que ellos aprendan a resolver situaciones concretas
de la vida cotidiana. Innovar en la presentación de una lectura no es solo
bueno para su imaginación sino que hará que la relación entre padres e hijos se
haga más estrecha. Una buena selección de los cuentos y leyendas para niños
será la diferencia entre un buen relato y una historia más que aburra al niño.
Por tanto la utilización de las leyendas para
la enseñanza puede resultar un complemento ideal para el aprendizaje. Las
leyendas pueden también, ayudar a los niños a superar miedos y memorizarlas
favorece el crecimiento de las funciones cognitivas. Por si esto fuese poco,
las leyendas cortas colaboran en la formación de sentimientos de amor y
protección entre padres e hijos. De este modo las leyendas infantiles no solo
sirven como una herramienta educativa, sino que favorecen en la formación
psíquica y emocional de los niños.
LEYENDAS PARA NIÑOS
LA
LEYENDA DEL CONEJO GRABADO EN LA LUNA
Existe una leyenda misteriosa que nos habla del dios azteca Quetzalcóatl. Según esta leyenda, en una tarde de verano, el dios azteca Quetzalcóatl pensó que podía ser muy buena idea ir a dar un paseo. Pero se olvidaba de que su aspecto, en forma de serpiente emplumada, podría atemorizar al mundo. De esta forma decidió que lo mejor sería bajar a pasear a la Tierra tomando un nuevo aspecto humano y común.
Caminó sin parar durante todo el día el dios Quetzalcóatl disfrutando plenamente de todos los maravillosos paisajes que le brindaba la preciosa Tierra. Y tras mucho caminar, cuando ya parecía despedirse el Sol entre las luces rosadas y mágicas del atardecer, Quetzalcóatl sintió un hambre terrible que le apretaba el estómago, además de un fuerte cansancio. Pero a pesar de todo aquel malestar, Quetzalcóatl no se detuvo en su camino.
Finalmente cayó la noche, y junto a una hermosa y casi anaranjada Luna, brillaban miles de estrellas que eclipsaban al mismísimo dios. Y en ese justo instante Quetzalcóatl pensó que debía parar su paseo y descansar finalmente para reponer fuerzas. La belleza del firmamento le había hecho darse cuenta de que el mundo merecía contemplarse con detenimiento y verdadera atención.
Tomó asiento en aquel mismo instante sobre una piedra gruesa del camino, y al poco tiempo se le aproximó un conejito que parecía observarle con mucha atención mientras movía los finos bigotes.
· ¿Qué comes?- Dijo el dios al conejo.
· Como una deliciosa zanahoria que encontré por el camino. ¿Deseas que la comparta contigo?
· No gracias, no puedo quitarle su sustento a un ser vivo. Tal vez mi verdadero destino sea pasar hambre y desfallecer como consecuencia de ello y también de mi enorme sed.
· ¿Y por qué habría de pasar algo tan terrible si yo puedo ayudarte? – Replicó el conejo.
· Eres muy amable, conejito. Sigue tu camino y no te preocupes por mí. – Exclamó apesadumbrado y agotado el dios Quetzalcóatl.
· Solo soy un pequeño e insignificante conejo. No dudes en tomarme como tu alimento cuando creas que no puedes más. En la Tierra, todos debemos encontrar la manera de sobrevivir.
Quetzalcóatl se quedó completamente conmocionado ante aquellas palabras del conejo y lo acarició con mucho cariño y emoción. Después lo cogió entre sus manos y lo alzó hacia el cielo, en dirección al brillo que despedían las estrellas en la noche. Tal alto lo subió con sus propias manos, que su silueta quedó grabada en la gran Luna casi anaranjada. Mientras Quetzalcóatl volvía a descender sus brazos con el conejo entre las manos, observaba el magnífico grabado que había quedado en el cielo. La imagen del conejito quedaría para siempre en el firmamento, para que fuese recordada siglos y siglos por todos los hombres que habitaran la Tierra como premio por su bondad.
Después Quetzalcóatl se despidió del conejo, y agradeciéndole nuevamente su amabilidad, continuó su camino. El pequeño conejito no podía creer lo que había visto. Aquel hombre tenía aspecto de humano, pero se comportaba con una grandeza fuera de lo normal. Y con aquella reflexión observó anonadado el brillo de su silueta en la Luna durante mucho, mucho, tiempo
EL MARTILLO DE THOR
Poblaron en una época el interior de la tierra, una serie
de enanos famosos por sus excelentes trabajos artesanos. En una ocasión,
aquellos enanos se preparaban para fabricar regalos que pretendían reglar a los
dioses, cuando uno de los enanos, llamado Brok, se puso a fanfarronear ante
todos aquellos regalos:
– ¡Buah! Esos regalos no valen nada- Dijo muy ufano el enano- Mi hermano fabrica con oro y hierro cosas muchísimo mejores.
– Pues si es así, que lo demuestre- Dijeron algunos enanos molestos ante lo que parecía soberbia.
Tras aquello, Brok y su hermano se pusieron manos a la obra, y tras varios días, volvieron cargados con un jabalí de oro, un anillo precioso, y un martillo con poderes mágicos. El juez de aquella batalla fue el dios Loki, dios de las travesuras y del engaño, que convocó a todos los dioses para que ellos mismos decidieran cuál les parecía el mejor de todos los regalos fabricados.
Cuando le llegó el turno a Brok, presentó en primer lugar su jabalí de oro, que brillaba más que el sol y podía correr por la tierra, mar y aire. A continuación, sacó el anillo maravilloso que, cada nueve noches, producía efectos cada vez más hermosos. Y para terminar, puso en manos del dios Thor el poderoso martillo, diciéndole:
– He aquí la que será tu gran arma, ya que con ella vencerás siempre y nunca te abandonará…
Y el dios Thor, entusiasmado con el regalo, decidió tan solo con aquella satisfacción, a los enanos que habían fabricado el mejor de los regalos.
LOS UNICORNIOS
Hace mucho tiempo existieron unas extrañas y maravillosas criaturas que poseían el cuerpo como los caballos más hermosos de la tierra, y además, un mágico cuerno en el centro de su frente. Estas criaturas, llamadas unicornios, eran de color blanco y se cree que procedían de tierras indias.
Los unicornios debían albergar tanta magia, que no podía
verlos cualquier persona que quisiera sino que, al contrario, eran muy pocos
los afortunados que tenían el privilegio de llegar a observarlos. Aquellos que
llegaban a hacerlo eran las personas que tenían un corazón bueno y puro,
cualidades que eran muy fácilmente rastreables por los unicornios.
Los cuernos de los unicornios tenían propiedades
sanatorias y curativas, y eran tan poderosos que se dice que podían llegar a
curar enfermedades muy peligrosas y mortales. Incluso, muchos llegaron a decir
que contenían los ingredientes necesarios para alcanzar la eterna juventud.
Precisamente por todas aquellas razones, la existencia de
un unicornio dependía en su totalidad del mágico cuerno de su frente, y si
llegaban a perderlo su destino era la muerte.
En la Edad Media, sabedores de las propiedades del cuerno
de los unicornios, muchos cazadores se adentraron en los bosques para dar caza
a estos enigmáticos seres, con tan mala fortuna, que terminaron abocando a los
unicornios a su desaparición. Muy inteligentes, y como los unicornios eran
seres tan solitarios y solo dejaban verse por las personas buenas, aquellos
temibles cazadores se aprovechaban de las personas de corazón puro para
capturar a los unicornios y apresarles en busca de sus cuernos.
Tras su triste desaparición, la magnificencia y bondad de
aquellos seres dejó en la historia su recuerdo como símbolo de la fuerza, de la
libertad, del valor, de la bondad y, sobre todo, del poder de la magia que reside
en las personas de gran corazón.
LA HIENA Y LA LIEBRE
Cuenta una vieja leyenda
africana que antiguamente las hienas y las liebres se llevaban muy bien, hasta
que se dio el caso de una hiena y una liebre cuya amistad no era tan sincera
como parecía a primera vista. Esta hiena era una egoísta y en cuanto podía,
abusaba de su amistad y engañaba a la liebre.
A menudo iban juntas a pescar y si la liebre conseguía un buen pez para comer, la hiena le hacía trampas y usaba triquiñuelas para comerse su pescado. El caso es que a base de engaños, siempre se salía con la suya y dejaba a la pobre liebre sin un bocado que llevarse a la boca.
A menudo iban juntas a pescar y si la liebre conseguía un buen pez para comer, la hiena le hacía trampas y usaba triquiñuelas para comerse su pescado. El caso es que a base de engaños, siempre se salía con la suya y dejaba a la pobre liebre sin un bocado que llevarse a la boca.
Un día, la liebre pescó el
pez más grande y apetitoso que había visto en su vida.
– ¡Amiga, este pez tiene una pinta deliciosa!
– ¡Amiga, este pez tiene una pinta deliciosa!
– Dijo la liebre a la hiena
– Esta noche me daré un gran festín.
A la hiena se le hacía la boca agua y se le ocurrió una excusa para que la liebre no se lo comiera.
A la hiena se le hacía la boca agua y se le ocurrió una excusa para que la liebre no se lo comiera.
– Yo que tú no comería ese
pez – dijo aparentando indiferencia – Es demasiado grande y como tú tienes un
estómago pequeño, te va a sentar mal. Además, es tanta cantidad que se pudrirá
antes de que puedas comértelo todo.
– ¡No te preocupes, amiga! ¡Lo tengo todo pensado!
– ¡No te preocupes, amiga! ¡Lo tengo todo pensado!
– Aseguró la liebre –
Ahumaré todo lo que me sobre para que se conserve y así no tendré necesidad de
ir a pescar en una buena temporada.
La hiena se despidió de su amiga la liebre y se alejó muerta de celos. Tenía que urdir un buen plan para ser ella quien disfrutase de ese rico manjar.
– ¡Ese pescado tiene que ser mío y sólo mío! – pensó la hiena corroída por la envidia.
Al caer la noche, regresó en busca de la liebre. La encontró dormida junto a unas brasas donde se asaba el pescado ¡El olor era delicioso y no hacía más que salivar imaginando lo rico que estaría! Se aproximó al fuego dispuesta a robar la pieza y salir corriendo hacia su casa.
Sigilosamente, cogió un trozo de pescado intentando no hacer ni pizca de ruido. Pero la liebre, que en realidad se hacía la dormida, se levantó y cogiendo la parrilla que estaba encima del fuego, golpeó a la hiena con ella. El animal empezó a chillar y a dar saltos de dolor.
La hiena se despidió de su amiga la liebre y se alejó muerta de celos. Tenía que urdir un buen plan para ser ella quien disfrutase de ese rico manjar.
– ¡Ese pescado tiene que ser mío y sólo mío! – pensó la hiena corroída por la envidia.
Al caer la noche, regresó en busca de la liebre. La encontró dormida junto a unas brasas donde se asaba el pescado ¡El olor era delicioso y no hacía más que salivar imaginando lo rico que estaría! Se aproximó al fuego dispuesta a robar la pieza y salir corriendo hacia su casa.
Sigilosamente, cogió un trozo de pescado intentando no hacer ni pizca de ruido. Pero la liebre, que en realidad se hacía la dormida, se levantó y cogiendo la parrilla que estaba encima del fuego, golpeó a la hiena con ella. El animal empezó a chillar y a dar saltos de dolor.
– ¡Debería darte vergüenza!
– Gritó la liebre enfadada – ¿Y tú dices ser mi amiga? ¡Los amigos se respetan
y tú siempre estás abusando de mi confianza! Por si fuera poco, encima intentas
robarme a mis espaldas ¡Vete de aquí! ¡No quiero verte más!
La hiena estaba avergonzada. El deseo de poseer algo que no era suyo había sido más fuerte que la amistad y ahora lo estaba pagando bien caro. Se alejó humillada y con el lomo marcado por las barras al rojo vivo de la parrilla.
Desde entonces, las hienas tienen rayas en la piel y odian a las liebres.
La hiena estaba avergonzada. El deseo de poseer algo que no era suyo había sido más fuerte que la amistad y ahora lo estaba pagando bien caro. Se alejó humillada y con el lomo marcado por las barras al rojo vivo de la parrilla.
Desde entonces, las hienas tienen rayas en la piel y odian a las liebres.